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John Dealer & The Coconuts

Tres discos en cinco años, no está nada mal. Y, según creo haberles oído o leído por ahí, ya tienen en la cabeza el cuarto. Los guipuzcoanos John Dealer & The Coconuts acaban de presentar “Red Light Stories”. A falta de conciertos, algo tendrán que hacer. Les ha dado por componer y ya están pensando en el próximo. Para cuando vuelvan a subirse al escenario, no les reconoceremos, si entendemos que el repertorio de una banda es lo más parecido a ponerle rostro. Pero, bueno, estamos adelantándonos demasiado en el tiempo, y eso, hoy en día, tal y como está la cosa, es un ejercicio de fantasía, casi un atrevimiento. Así que vamos a concentrarnos en lo de ahora, en lo que tenemos ya aquí, con nosotros; lo que ellos grabaron hace unos meses en Pottoko Studio. Hablamos de un disco de rock and roll (no hay que hacer más malabares con las etiquetas), que contiene ocho canciones donde se aprecia la herencia de sus dos discos anteriores, pero también la incorporación de nuevos matices. Lo han titulado, como ya hemos dicho, Red Light Stories, que evoca lo que evoca, el imaginario más procaz y cosaco que, durante generaciones, se ha relacionado con el género: Nick Lowe ya te contó cómo era el corazón de la ciudad. En portada, una estampa urbana, con una marquesina de teatro que, por su forma, y porque el coche aparcado fuera es de la policía municipal de esa ciudad, recuerda al Chicago Theatre, el histórico local del Loop, donde, por cierto, y viene a cuento, lo más conocido que tienen es un enorme órgano Wurlitzer que aún se mantiene ahí dentro. Y digo que viene a cuento porque, entre esos matices nuevos que se encuentran en este disco, destaca la participación de los teclados a cargo de Fredi Peláez quien, si no me confundo, toca un órgano Hammond y, montándome la película, parece que la marquesina del Chicago Theatre les ha quedado como un guiño. Guiño o no, que es lo de menos, lo que les ha quedado lucido es el disco, con la necesaria fogosidad, canciones urgentes, con riffs sugerentes, y sólidas estructuras, donde destaca un particular uso del ritmo narrativo en los intervalos instrumentales. Por ejemplo, al empezar. Siempre abre guitarra, se entona la sección rítmica y finalmente se une la voz; o tienta la batería, acompaña el bajo, se asoma la guitarra y arranca la voz. Siempre hay una introducción instrumental, por muy breve que sea, que da salida a la canción. Y, por el medio, tirando hacia el final, siempre hay un intervalo instrumental donde le añaden tensión a la narrativa de la canción, ponderan el ritmo, contrastan el desarrollo, o cogen impulso, lo que sea, pero los elementos de la estructura están siempre ahí, bruñidos e iterados. Y no lo digo como algo malo: la arquitectura mantiene el edificio. Es la razón por la que la mayoría de estas canciones, por no decir todas, suenan macizas y sólidas como los rascacielos de Chicago. Quizás la de estructura más compleja sea “Never Giving Up”. Empieza lenta, arrastrada por el viento de un instrumento que le da melancolía a esa primera fase. La canción tiene como dos atmósferas emocionales, y a la mitad, se cruza de una a otra. Se juega con el contraste, con el estéreo, con los ángulos del desarrollo. Probablemente, una letra más elaborada, que hubiera acompañado esa complejidad, la habría hecho todavía más interesante. El disco se mueve por los territorios, a mi entender, del rock and roll más graneado, sonando, en ocasiones, con la furia escandinava que tanto gusta por estos lares. Las acompañan, además, con un acertado contenido lírico, sin exabruptos ni grandes ambiciones, pero en sintonía, tanto en temática como en retórica, con la música. “Say No” habla de rebelarse ante las imposiciones, apoyándose en una guitarra rotunda, con el piano repujando cada estrofa. “City of R’n’R” lo hace sobre ser tú mismo y asumir los riesgos. De algo así, se habla también en “Tell Me Why”, con una apertura contundente, batería alta y pujante: interpreto que repudian las miradas que lanza la peña y cómo te deben importar una mierda. En “Someone Split the Beer on My Head” recuerdan, quizás, a Motörhead; a los Porco Bravo si nos quedamos más cerca; a los Baboon Show, a quienes también nos recuerdan en “Queens Don’t Fall in Love,” que, además, parece incluir una nueva oportunidad para que nos montemos nosotros la película y creamos ver otro guiño, gracias a ese “you are not alone” que recuerda al “Radio Rebelde” de los suecos. Otra canción sin grietas, que si las hay, las cierra la guitarra serpenteando por toda la canción. Y, por supuesto, que, probablemente, los que hayan escuchado el disco ya lo intuían, hemos dejado para el final la innovación lingüística que incorporan en este nuevo disco. “Ez gara ezer” y “Bukatu da” marcan una nueva línea, y nos parece que acertada. No solo ganan en enunciación, con una aparente naturalidad y determinación en el fraseo, sino también en la modulación y composición, ya que las canciones se alejan un poco de lo que habían hecho con el resto. En “Ez gara ezer”, la batería retumba, dándole énfasis y profundidad a la canción. Cantan líneas poderosas con una tonalidad que contrasta, dándoles más fuerza aún: “ez dut jainko, ez dut jabe”. A frenazos, entran las estrofas mientras las remata el bajo. Y, después, todo se acelera. La voz de Igone Zarate tamiza la canción. “Bukatu da” arranca marcada con un riff de guitarra. La cadencia es más redonda y el órgano Hammond depura la energía. Así, más o menos, lo hemos oído nosotros, que, probablemente, nos equivoquemos en algo, pero con inocencia, sin pretenderlo. Más allá de eso, el disco se distingue por su buen sonido. Claro, alto, contundente, con los instrumentos sonando brillantes y nítidos, exponiendo su participación en la composición. ¿Quieres una prueba explícita, menos remilgada que mi explicación? Cuando escuches “City…

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Tres discos en cinco años, no está nada mal. Y, según creo haberles oído o leído por ahí, ya tienen en la cabeza el cuarto. Los guipuzcoanos John Dealer & The Coconuts acaban de presentar “Red Light Stories”. A falta de conciertos, algo tendrán que hacer. Les ha dado por componer y ya están pensando en el próximo. Para cuando vuelvan a subirse al escenario, no les reconoceremos, si entendemos que el repertorio de una banda es lo más parecido a ponerle rostro.
Pero, bueno, estamos adelantándonos demasiado en el tiempo, y eso, hoy en día, tal y como está la cosa, es un ejercicio de fantasía, casi un atrevimiento. Así que vamos a concentrarnos en lo de ahora, en lo que tenemos ya aquí, con nosotros; lo que ellos grabaron hace unos meses en Pottoko Studio. Hablamos de un disco de rock and roll (no hay que hacer más malabares con las etiquetas), que contiene ocho canciones donde se aprecia la herencia de sus dos discos anteriores, pero también la incorporación de nuevos matices. Lo han titulado, como ya hemos dicho, Red Light Stories, que evoca lo que evoca, el imaginario más procaz y cosaco que, durante generaciones, se ha relacionado con el género: Nick Lowe ya te contó cómo era el corazón de la ciudad. En portada, una estampa urbana, con una marquesina de teatro que, por su forma, y porque el coche aparcado fuera es de la policía municipal de esa ciudad, recuerda al Chicago Theatre, el histórico local del Loop, donde, por cierto, y viene a cuento, lo más conocido que tienen es un enorme órgano Wurlitzer que aún se mantiene ahí dentro. Y digo que viene a cuento porque, entre esos matices nuevos que se encuentran en este disco, destaca la participación de los teclados a cargo de Fredi Peláez quien, si no me confundo, toca un órgano Hammond y, montándome la película, parece que la marquesina del Chicago Theatre les ha quedado como un guiño.
Guiño o no, que es lo de menos, lo que les ha quedado lucido es el disco, con la necesaria fogosidad, canciones urgentes, con riffs sugerentes, y sólidas estructuras, donde destaca un particular uso del ritmo narrativo en los intervalos instrumentales. Por ejemplo, al empezar. Siempre abre guitarra, se entona la sección rítmica y finalmente se une la voz; o tienta la batería, acompaña el bajo, se asoma la guitarra y arranca la voz. Siempre hay una introducción instrumental, por muy breve que sea, que da salida a la canción. Y, por el medio, tirando hacia el final, siempre hay un intervalo instrumental donde le añaden tensión a la narrativa de la canción, ponderan el ritmo, contrastan el desarrollo, o cogen impulso, lo que sea, pero los elementos de la estructura están siempre ahí, bruñidos e iterados. Y no lo digo como algo malo: la arquitectura mantiene el edificio. Es la razón por la que la mayoría de estas canciones, por no decir todas, suenan macizas y sólidas como los rascacielos de Chicago. Quizás la de estructura más compleja sea “Never Giving Up”. Empieza lenta, arrastrada por el viento de un instrumento que le da melancolía a esa primera fase. La canción tiene como dos atmósferas emocionales, y a la mitad, se cruza de una a otra. Se juega con el contraste, con el estéreo, con los ángulos del desarrollo. Probablemente, una letra más elaborada, que hubiera acompañado esa complejidad, la habría hecho todavía más interesante.
El disco se mueve por los territorios, a mi entender, del rock and roll más graneado, sonando, en ocasiones, con la furia escandinava que tanto gusta por estos lares. Las acompañan, además, con un acertado contenido lírico, sin exabruptos ni grandes ambiciones, pero en sintonía, tanto en temática como en retórica, con la música. “Say No” habla de rebelarse ante las imposiciones, apoyándose en una guitarra rotunda, con el piano repujando cada estrofa. “City of R’n’R” lo hace sobre ser tú mismo y asumir los riesgos. De algo así, se habla también en “Tell Me Why”, con una apertura contundente, batería alta y pujante: interpreto que repudian las miradas que lanza la peña y cómo te deben importar una mierda. En “Someone Split the Beer on My Head” recuerdan, quizás, a Motörhead; a los Porco Bravo si nos quedamos más cerca; a los Baboon Show, a quienes también nos recuerdan en “Queens Don’t Fall in Love,” que, además, parece incluir una nueva oportunidad para que nos montemos nosotros la película y creamos ver otro guiño, gracias a ese “you are not alone” que recuerda al “Radio Rebelde” de los suecos. Otra canción sin grietas, que si las hay, las cierra la guitarra serpenteando por toda la canción.
Y, por supuesto, que, probablemente, los que hayan escuchado el disco ya lo intuían, hemos dejado para el final la innovación lingüística que incorporan en este nuevo disco. “Ez gara ezer” y “Bukatu da” marcan una nueva línea, y nos parece que acertada. No solo ganan en enunciación, con una aparente naturalidad y determinación en el fraseo, sino también en la modulación y composición, ya que las canciones se alejan un poco de lo que habían hecho con el resto. En “Ez gara ezer”, la batería retumba, dándole énfasis y profundidad a la canción. Cantan líneas poderosas con una tonalidad que contrasta, dándoles más fuerza aún: “ez dut jainko, ez dut jabe”. A frenazos, entran las estrofas mientras las remata el bajo. Y, después, todo se acelera. La voz de Igone Zarate tamiza la canción. “Bukatu da” arranca marcada con un riff de guitarra. La cadencia es más redonda y el órgano Hammond depura la energía. Así, más o menos, lo hemos oído nosotros, que, probablemente, nos equivoquemos en algo, pero con inocencia, sin pretenderlo.
Más allá de eso, el disco se distingue por su buen sonido. Claro, alto, contundente, con los instrumentos sonando brillantes y nítidos, exponiendo su participación en la composición. ¿Quieres una prueba explícita, menos remilgada que mi explicación? Cuando escuches “City of R’n’R” ponte cascos, espera hasta el final, y justo cuando gritan “I wanna be myself”, espera a que la canción termine, notando con claridad la vibración de los platos. En resumen, un disco firme, que reproduce con eficacia la mordiente que ya les habíamos visto en directo a esta banda. Seguro que, cuando les dejen, conseguirán que estas canciones luzcan aún mejor en vivo. Lo harán, claro que sí, y, mientras tanto, que sigan sacando discos, por supuesto.

Detalles

Fecha:
12 de mayo de 2023
Hora:
21:00
Precio:
8€

Sala

Sala Creedence
Plaza San Lamberto, 3
Zaragoza, Zaragoza 50004 España
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